Resistencias N° 1, Vol 1, Jun./ 2023- Nov./2023
Sebastián Reynaldo Giménez
lacaniana).
Estamos frente a un desgarramiento de la consciencia obrera, frente a una
escisión o un desdoblamiento: ella sólo se encuentra consigo misma a través de la
referencia a un otro (a un alter, o más bien, a un alter-ego). Es por estos motivos que, en
el argumento de Torre, el énfasis en la liberación experimentada por la clase obrera el 17
de octubre de 1945 es paralelo al énfasis en su opuesto: la dependencia a la que ella quedó
supeditada ese día.
Aquí se hace presente, en el argumento de Torre, una especie de sardineta. Los
trabajadores, cuando se movilizan en esa mítica jornada de octubre, se liberan del peso
de una pasada dominación. Sin embargo, esa emancipación (que es lo suficientemente
potente como para ser analogada a un exorcismo) se resuelve enseguida en una nueva
dependencia. Si, entonces, en octubre de 1945 se consuma el proceso de quiebra de la
deferencia, lo cierto es que ese proceso decanta enseguida en la formación de un nuevo
esquema de acatamiento/subordinación/integración. ¿Se trata dicho esquema de una
nueva deferencia? Aunque Torre no lo afirma, no es difícil pensar que es algo de ese
orden lo que para él tiene lugar. Los trabajadores salen de una dependencia para ingresar
a otra. Ahora quedan subordinados al líder populista y al Estado por él controlado.
Se
trata, por este motivo —señala Torre siguiendo a Touraine —, de una democratización
autoritaria.
Si hacemos abstracción de los elementos específicos que conforman la trama
histórica y prestamos atención exclusiva al esquema analítico que presenta Torre,
La analogía con la categoría lacaniana tiene sin embargo claras limitaciones. El sujeto barrado
de Lacan alude a una falla subjetiva que es considerada constitutiva, en tanto obedece a la
prioridad del significante y a la naturaleza del orden simbólico. Como ha señalado Zizek: “por
medio de la Palabra, el sujeto finalmente se encuentra a sí mismo, se postula a sí mismo como tal
(…) El precio de ello, sin embargo, es la irrecuperable pérdida de la autoidentidad del sujeto: el
signo verbal que representa al sujeto, esto es, aquel en el que el sujeto se postula a sí mismo como
autoidéntico, soporta la marca de una disonancia irreductible: nunca ‘le queda bien’ al sujeto”
(cit. en Stavrakakis, 2007, p. 54). La idea de sujeto que subyace al análisis de Torre es diferente.
La plenitud subjetiva no está aquí fuera de alcance. El “modelo clásico” representa precisamente
la constitución de una subjetividad popular autónoma, libre y autosuficiente. En Argentina, la
opción del Partido Laborista fue la más afín a dicho modelo, en tanto encarnaba una
representación interna (autosuficiente) de la clase obrera. El peronismo, en cambio, implicó la
intromisión de un agente externo, y, como tal, condujo a la heteronomía y la incompletitud
subjetiva.
Afirma Torre: “Protagonista de la coyuntura de los años 1943-1946, el sindicalismo no llega a
ser, empero, un actor independiente. En rigor, él no controla las condiciones que hacen posible
su intervención en la escena política, las que dependen, ampliamente, de la apertura estatal. Y es
ese mismo estado el que, investido ahora de la legitimidad popular, se le impone, subordinándolo
a las necesidades de la gestión del nuevo régimen” (1989, p. 548).