Resistencias N° 1, Vol 1, Jun./ 2023- Nov./2023
Julián Alberto Melo
Resistencias
Revista de ciencias sociales y humanas
Un autor, alguien que escribe, que pinta, que esculpe, que lee, nunca es
plenamente un Autor, entre otras cosas, porque nunca se ausenta de su lugar, de su
espacio, de eso que llama contexto. Nunca es perfecta y plenamente original. De modo
que estas líneas no pretenden, por supuesto, ningún rasgo novedoso ni llamativo. Foucault
me daría la razón, Derrida también. Antes bien, quien escribe, básicamente, argumenta
desde una lectura de un contexto singular. Octubre de 2023. Una Argentina revuelta,
incierta, contrariada y a la espera. El contexto no es más que la lectura del autor,
ciertamente, pero lleva consigo marcas que quizás son visibles para muchos y muchas
más. Suplementos.
Resistencias es nuestro nombre. Y, con todo criterio, podría preguntarse: ¿Otra
revista más? ¿De ciencias sociales? ¿Por qué? A criterio, el nombre dice mucho,
siempre, pero no dice todo. Ese todo se construye. Y en ese proceso de construcción, de
argumentación, quizás convenga ir plantando banderas. Banderas que corresponden al
contexto, claramente, pero que también corresponden a la historia, al pasado, a un devenir
cultural profundo y bastante más arraigado del que se suele aceptar. Las palabras
“ciencia” y “social”, normalmente, no se llevan bien en nuestro lenguaje común, en la
vida de todos los días. La discusión es vieja. No obstante, se ha reactualizado con cierto
vigor al calor de las necesidades electorales y de los corrimientos argumentales de algunos
voceros muy dados al name dropping pero claramente muy poco leídos.
Ciertamente, quienes hacemos ciencia social no inventamos vacunas, no
desarrollamos componentes de antibióticos ni exploramos modos de conservación de la
materia en condiciones climáticas adversas para producir mejor. Y allí empiezan los
problemas, pues, se supone, todas esas actividades le mejoran la vida a la “gente”. “La
ciencia social no sólo no es ciencia sino que no es útil”. Lo cual, aunque suene lapidario,
abre justamente los puentes del diálogo y el debate. ¿Qué significa mejorarle la vida a la
gente? ¿Qué concepto de utilidad estamos enfrentando? ¿Mejorarle la vida? ¿La vida a la
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gente supone simplemente hacer “que duren más”? ¿Que ganen más dinero? ¿Para qué?
¿Para quién?
La trama de la ciencia social es absolutamente incierta, indefinida, y allí radica su
riqueza: no hacemos todos y todas lo mismo. Un antropólogo no hace lo mismo que un
psicólogo; un sociólogo rural no hace lo mismo que un filósofo o un historiador, pero
tampoco hace lo mismo que un sociólogo político. Ni hablar de un teórico político o de
un lingüista. Sin embargo hay, siempre hay en el fondo, un hilo común. La ciencia social
explora los modos de vida en común, nuestros modos gregarios de organización, cómo
luchamos, cómo nos distribuimos la palabra, un reparto de lo sensible supo decir una
leyenda del pensamiento moderno. ¿Cuál sería allí la noción de utilidad a aplicar? ¿Dónde
hay un índice certero que diga que Hobbes o que Habermas le mejoraron la vida a “la
gente”? Hobbes y Habermas pensaron la vida de la gente, igual que Levi-Strauss y Freud,
nada más que eso. Igual que Marx, que Donoso Cortés, igual que Durkheim y que Weber.
La ciencia social piensa, nada más y nada menos que eso, cómo estamos, qué somos y
por qué. Ciertamente, aunque quizás no exista un “indicador”, numérico por cierto, que
defina el “nivel de impacto” de aquellas reflexiones, cualquier lector o lectora que me
acompañe en estas líneas sabrá que sólo cité algunos nombres que, claramente, influyeron
en los modos de organización del mundo occidental de manera monumental. Los números
son palabras, con toda la fuerza que eso tiene. Pero son palabras. Si los números fuesen
“dato”, “objetividad”, no habrían volado por el aire aparatos gigantescos que iban a la
luna y Argentina sería potencia porque todos saben qué hacer con los “números”.
Sugiero entonces que no hay razón para defender a la “ciencia social”. Se defiende
sola. No obstante, creo que hay que defender los espacios de la ciencia social. Y allí,
en esa defensa, conviene nuevamente estaquear una bandera. No se trata de defender ni
de sostener una cofia personal. Se trata, mucho más primitivamente, de no jugar un juego
que, básicamente, estamos destinados a “pensar”. Si alguien quiere “tachar”, nosotros
proponemos “discutir”, “explicar”, “explorar”, “estudiar”. Justamente, hablo de algo
social, de algo común, de qué hacemos entre todos y todas para sostener incluso eso que,
los que quizás no han tenido ni el tiempo ni la voluntad de leer, llaman Estado.
Resistencias, así como la concebimos y como la soñamos, es un espacio, otro más,
para la ciencia social. El sentido de Resistencias, sus sentidos para decirlo mejor, se irán
haciendo con el tiempo, con el devenir y el brillo de quienes aquí escriban. Pero el espíritu
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fundante es crítico, abierto y plural. Es casi ya un lugar común decir que se aspira a un
espacio de debate cuando se arma una publicación así. No bien los lectores y las lectoras
me acompañen en el trayecto de los textos de este número inicial, verán que ese espíritu
no es nada más que una pretensión. Ese espíritu no es mío. Es el espíritu de un proyecto
académico, universitario y social.
Parte de la Resistencia, ahora a mi juicio, supone poner en discusión aporías del
juego político en general. De eso se trata también la ciencia social. Centro-periferia es
una de esas aporías. Irresoluble, inmanejable. Empero, la Resistencia demanda repensar
ese eje. Pretendemos abrir un espacio, no enfrentarlo a otros. Claro que una “pequeña”
Universidad del interior del interior, como se suele decir, puede publicar una revista de
calidad y adaptada a los criterios incluso internacionales de revisión. Claro que sí. No hay
más que leer el número inaugural de Ciencia Interior, de esta misma Casa de Estudios,
para entender que la aporía está desecha constitutivamente. Resistencias, como su nombre
lo indica, tiene por corpus inmanente esa idea: la de no pensar que somos una publicación
del interior “que se la banca”, sino que esta publicación “resiste” la propia idea de centro-
periferia.
El federalismo, palabra que, como todo ismo, supone usos y (ab)usos de lo más
desopilantes, determina también un modo de vida en común. Es decir, federalismo no
supone un modo de respetar lo heterogéneo (o lo autónomo) y nada más, aún pensando
en cuotas de coparticipación. Pensar el federalismo impone discutir también cómo nos
hacemos más iguales, cómo distribuimos mejor (distribuir es una palabra incómoda) para
hacernos cada vez más iguales, incluso y aunque no quede pintado respecto del lenguaje
que vengo usando, cómo “competimos” en mejores condiciones. Decir federalismo
sugiere, en mis rminos y tomando desde Althusius a Daniel Elazar, pensar tanto los
modos de protección de la heterogeneidad como los de la homogeneización comunitaria.
Nada más que un modo de vida en común. Nada más que si alguien quiere ir a enseñar
matemática o teoría política a Sáenz Peña, a Ushuaia o a Buenos Aires, no sólo tenga los
mismos incentivos sino las mismas condiciones. Ahora bien, suponer que en Ushuaia o
en Sáenz Peña las condiciones “no están dadas” significa una claudicación que no sólo
demora la federalización: arruina las posibilidades de la igualación y repone,
constantemente, un pensamiento de base elitista. ¿Quién dice que las condiciones no están
dadas? ¿Cuáles son esas condiciones si no empezamos a invertir horas y horas de trabajo
y discusión allí? Resistencias, antes que visibilizar, propone combatir la aporía, propone
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Julián Alberto Melo
construir entonces esas “condiciones”. ¿Por qué no hacer una revista que forcluya las
distancias? Si proponemos hacer una publicación que muestre que desde “acá” podemos
hacer lo mismo que los “porteños”, estaríamos reproduciendo la misma lógica que
buscamos resistir y discutir. Resistencias hará su camino, no obstante, nace con la idea
no de demostrar que “podemos” , sino con la idea de que es necesario repensar los modos
y las maneras en que podemos” entre todos. Eso, obviamente, supone debatir los
mecanismos de distribución de presupuestos, becas, incentivos, etcétera. No hay que
construir un espacio que esté “a la altura” de nada. Hay que, simplemente, discutir esas
nociones de alturas, nada más.
Entonces, como colofón, la propuesta es resistir todo tipo de estigmatización. Ni
el elitismo barato academicista ni la banalización de la escritura. Resistencias es un
espacio más para que, quienes gusten, ofrezcan sus investigaciones, sus hallazgos, sus
debates, sus reflexiones. Como con todo, el tiempo dirá. Pero la propuesta es clara: plural,
abierta y crítica. Resistencias tendrá índice y demases en el futuro. Pero el punto no es
ese. El punto es abrir un espacio más para qué, sobre todo, los y las jóvenes se animen a
escribir y a contar sus “laburos”. El punto es también que se encaramen con gente más
“reconocida” y que todo eso brinde múltiples lugares de discusión. El punto, al fin y al
cabo, no es sólo ofrecer un lugar donde “acomodar” la producción de conocimiento. El
punto, al fin y al cabo, es construir un lugar donde esa producción se pueda mirar, se
pueda debatir y que, quizás, sirva para que nadie proponga tachar lo que no entiende antes
de leerlo.
Julián Alberto Melo
Director
Revista Resistencias
San Miguel, Buenos Aires, octubre 2023.