Resistencias N° 1, Vol 1, Jun./ 2023- Nov./2023
gente supone simplemente hacer “que duren más”? ¿Que ganen más dinero? ¿Para qué?
¿Para quién?
La trama de la ciencia social es absolutamente incierta, indefinida, y allí radica su
riqueza: no hacemos todos y todas lo mismo. Un antropólogo no hace lo mismo que un
psicólogo; un sociólogo rural no hace lo mismo que un filósofo o un historiador, pero
tampoco hace lo mismo que un sociólogo político. Ni hablar de un teórico político o de
un lingüista. Sin embargo hay, siempre hay en el fondo, un hilo común. La ciencia social
explora los modos de vida en común, nuestros modos gregarios de organización, cómo
luchamos, cómo nos distribuimos la palabra, un reparto de lo sensible supo decir una
leyenda del pensamiento moderno. ¿Cuál sería allí la noción de utilidad a aplicar? ¿Dónde
hay un índice certero que diga que Hobbes o que Habermas le mejoraron la vida a “la
gente”? Hobbes y Habermas pensaron la vida de la gente, igual que Levi-Strauss y Freud,
nada más que eso. Igual que Marx, que Donoso Cortés, igual que Durkheim y que Weber.
La ciencia social piensa, nada más y nada menos que eso, cómo estamos, qué somos y
por qué. Ciertamente, aunque quizás no exista un “indicador”, numérico por cierto, que
defina el “nivel de impacto” de aquellas reflexiones, cualquier lector o lectora que me
acompañe en estas líneas sabrá que sólo cité algunos nombres que, claramente, influyeron
en los modos de organización del mundo occidental de manera monumental. Los números
son palabras, con toda la fuerza que eso tiene. Pero son palabras. Si los números fuesen
“dato”, “objetividad”, no habrían volado por el aire aparatos gigantescos que iban a la
luna y Argentina sería potencia porque todos saben qué hacer con los “números”.
Sugiero entonces que no hay razón para defender a la “ciencia social”. Se defiende
sola. No obstante, sí creo que hay que defender los espacios de la ciencia social. Y allí,
en esa defensa, conviene nuevamente estaquear una bandera. No se trata de defender ni
de sostener una cofia personal. Se trata, mucho más primitivamente, de no jugar un juego
que, básicamente, estamos destinados a “pensar”. Si alguien quiere “tachar”, nosotros
proponemos “discutir”, “explicar”, “explorar”, “estudiar”. Justamente, hablo de algo
social, de algo común, de qué hacemos entre todos y todas para sostener incluso eso que,
los que quizás no han tenido ni el tiempo ni la voluntad de leer, llaman Estado.
Resistencias, así como la concebimos y como la soñamos, es un espacio, otro más,
para la ciencia social. El sentido de Resistencias, sus sentidos para decirlo mejor, se irán
haciendo con el tiempo, con el devenir y el brillo de quienes aquí escriban. Pero el espíritu