El bienestar económico es una preocupación central en la Argentina. Estaba
incluso en el corazón del mensaje transicional de Alfonsín. Aquella democracia
restablecida, con la que —como rezaba la multitud de aquellos años— “se come, se
educa y se cura”, suponía condiciones materiales básicas justamente para poder comer,
educarse y curarse. No obstante ello, y no se trata de una insuflación a aquel discurso ni
de aquel líder, el económico no es el único tipo de bienestar al que podemos o
podríamos apuntar. Bienestar, en todo caso, es hoy una palabra que parece molestar,
rayando los bordes de la psicosis, a quienes la confunden con colectivismo, para el que
ya le dio un sentido malo a esa palabra (a la palabra colectivismo y a sus supuestos
sinónimos). Aquí, por nuestra parte, no buscamos afirmar que el sentido del bienestar es
uno solo. Se trata, antes bien, de ponerlo en debate, más aún cuando se trata de un
concepto que alude fundamentalmente a un “común” (a un colectivo) y no a individuos.
Incluso, en el discurso más difundido en la actualidad argentina, ese “individuos”
recorta sobre un “colectivo”: los “argentinos de bien”; colectivo del que nadie sabe bien
si forma parte o no pero que, al fin y al cabo, es inevitable para construir políticamente
lo social. Lo colectivo, en definitiva, y pese a las formas que adquiera, es ineludible.
Si esto suena coherente, el paso lógico aquí es deconstruir incluso nuestras
propias ideas de base. La política nacional está demoliendo el sistema universitario (el
sistema educativo en general) y el sistema científico y tecnológico. Tácticas de
expulsión de trabajadores, aun de manera molecular, son diarias. Tácticas de
desfinanciación de circuitos de becas, de ingresos a la carrera de investigador (en el
CONICET fundamentalmente), de activación de proyectos de investigación aprobados
(incluso de proyectos que no financia el Estado nacional), son parte del juego diario.
Eso es moneda literalmente corriente.
Ahora bien, ¿qué sentido tiene salir a explicar que el sistema científico y
tecnológico nacional (mismo las universidades nacionales) es uno de los más reputados
en el mundo? ¿Qué sentido tiene explicar que, quienes somos parte y quienes a aspiran a
serlo, nos sometemos a mecanismos hasta cuádruples de evaluación para continuar o ser
parte de ese sistema? ¿Por qué deberíamos discutir, desde el tono utilitario actual,