Nahuel Rosas
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RESISTENCIAS vol. 2, Nov./ 2023- Nov./2024
El pueblo astillado. Notas sobre las “narrativas trágicas” de los populismos
contemporáneos
Artículo recibido: 15 de abril de 2024
Artículo aceptado: 15 de mayo de 2024
Publicado: 30 de noviembre de 2024
Nahuel Rosas
Escuela Interdisciplinaria de Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín /
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
nahuelrosas95@gmail.com
Resumen
Sobre las diferentes interpretaciones de los “populismos clásicos”, Sebastián Giménez
expresaba un análogo esquema de razonamiento que lo denominaba como trágico: se
describía la irrupción de un “pueblo” en busca participación; se manifestaba una
instancia ilusoria en el que parecía alcanzarse la venturosa emancipación y; cerrando el
ciclo, se presentaba un emergente político de este proceso que hacía retornar a una
nueva forma de dominación social. En el presente trabajo recuperaremos esa narrativa
trágica para demostrar que aquella se replica asiduamente también en variados análisis
de los denominados “populismos contemporáneos”. Para tal fin, exploraremos las
reflexiones de dos relevantes pensadoras como son Maristella Svampa para el caso de
los “populismos plebeyos” y Chantal Mouffe para los “populismos de derecha”. Si bien
ambas autoras difieren en el juicio ideológico acerca del populismo, veremos que la
reconstrucción de estas experiencias esgrime una lógica narrativa común que parte de la
movilización popular en el que pareció alcanzarse la igualación política hasta un
momento de desactivación y vuelta regresiva hacia una dominación por parte del der
populista. En las conclusiones, indagaremos si este esquema trágico no termina
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obedeciendo a una concepción de lo político como el reflejo de un interés preconstituido
en lo social.
Palabras clave: narrativa trágica, populismo, líder, pueblo, identidades políticas
Abstract
The splintered town. Notes on the “tragic narratives” of contemporary
populisms
On the different interpretations of classical populisms”, Sebastián Giménez expressed
a similar scheme of reasoning that he called tragic: the irruption of a “people” in search
of participation was describe; an illusory instance was manifested in which fortunate
emancipation seemed to be achieved; and, closing the cycle, a political emergent of this
process was presented that returned to a new form of social domination. In the present
work we will recover this tragic narrative to demonstrate that it is also regularly
replicated in various analyzes of the so-called “contemporary populisms.” To this end,
we will explore the reflections of two relevant thinkers such as Maristella Svampa for
the case of “plebeian populisms” and Chantal Mouffe for “right-wing populisms.”
Although both authors differ in their ideological judgment about populism, we will see
that the reconstruction of these experiences uses a common narrative logic that starts
from popular mobilization in which political equality seemed to be achieved until a
moment of deactivation and regressive return towards domination. by the populist
leader. In the conclusions, we will investigate whether this tragic scheme does not end
up obeying a conception of the political as the reflection of a preconstituted interest in
the social.
Keywords: tragic narrative, populism, leader, people, political identities
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INTRODUCCIÓN
En el año 2023, el investigador Sebastián Giménez publicaba dentro del primer
volumen de la revista Resistencias un artículo de reflexión analítica sobre diferentes
interpretaciones de los populismos “clásicos” argentinos. Allí, en efecto, exploraba el
modo en que reconocidos intelectuales de la talla de Juan Carlos Torre, Emilio de Ípola
y Tulio Halperín Donghi comprendían y conceptualizaban la experiencia peronista e
yrigoyenista. Más allá de las particularidades distintivas de estas miradas, vislumbraba
Giménez un “patrón de razonamiento análogo”:
[…] en todas ellas actúa un patrón de razonamiento análogo, al que
caracterizamos como trágico, en tanto expone un conflicto entre acción,
intenciones y resultado de la acción. Cuando estos autores reconstruyen las
experiencias populistas trazan un arco narrativo a resultas del cual habría
primero una instancia de movilización popular motivada por la voluntad de
participación, seguida de un momento en que esa emancipación parece
alcanzarse, y un final en el que el proceso se resuelve en la instauración de
una nueva dominación, más gravosa que la vigente en el pasado (Giménez,
2023: 5).
Destacó, entonces, una narrativa trágica que edificarían esos análisis del
populismo,
1
el cual se delimitaba por tres instancias: la irrupción de un “pueblo” que
busca participación, un espejismo de emancipación posible, y, por último, un emergente
político que retorna a una nueva dominación social con mayor intensidad que la
anterior. Las autoridades ungidas de una ruptura radical, como Perón e Yrigoyen,
expresarían ese proceso de dilución del componente igualitario que les dio origen en pos
de una renovada condición de desigualdad política. Pues bien, esa narrativa, como
decíamos, era distinguida y ampliamente descrita por Giménez en las interpretaciones
sobre los populismos “clásicos” de la primera mitad del siglo XX. El punto que
quisiéramos problematizar aquí es si ese “patrón de razonamiento” no continúa
permeando los análisis de los populismos contemporáneos. Esto es, ¿la narrativa trágica
1
Giménez describe los fundamentos del argumento narrativo trágico recuperando centralmente
la reflexión sobre el peronismo formulada por Gino Germani en Política y sociedad en una
época de transición (1965). Volveremos sobre algunos de estos elementos más adelante, pero
quisiéramos remarcar aquí que para Giménez subyacen en aquellos estudios los mismos
sentidos de participación no genuina que movilizaba la noción del Ersatz de participación del
sociólogo italiano. Efectivamente, la narrativa trágica refiere a ese proceso de “experiencia de
liberación” finalmente disuelta por vía autoritaria.
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se ajustaría sólo a un determinado tiempo histórico (con fecha de inicio y final, de una
etapa de desarrollo económico o de un tipo de sociedad) o, más bien, resulta movilizada
en diversas coyunturas sociopolíticas donde se identifique una desactivación de la
irrupción popular “desde arriba”?
Guiados por el planteo que nos ofrece Giménez, pretendemos demostrar en el
presente trabajo que aquella lógica trágica se replica de igual manera en variados
análisis de los populismos contemporáneos. Para demostrar ello, nos valdremos de las
reflexiones llevadas a cabo por dos relevantes pensadoras como son Maristella Svampa
para el caso de los “populismos plebeyos” y Chantal Mouffe para los “populismos de
derecha”. Si bien ambas autoras difieren en el juicio ideológico acerca del populismo,
tanto la postura “peyorativista” de Svampa como la “reivindicativa” de Mouffe
2
esgrimen en estos subtipos un proceso que parte de la movilización popular en el que
pareció alcanzarse la igualación política hasta un momento de desactivación y vuelta
regresiva hacia la dominación por parte de un líder populista (plebeyo o de derecha).
De este modo, los dos primeros párrafos del trabajo estarán dedicados presentar
y analizar el argumento de cada autora. En el tercero, introduciremos las herramientas
de la sociología de las identidades políticas para interrogar y discutir algunos supuestos
que constituyen al razonamiento trágico. Finalmente, será el lugar de las conclusiones
donde recuperaremos los principales puntos desarrollados.
La cosa tomada: Svampa y el populismo plebeyo”
Iniciaremos nuestra reflexión acerca de los populismo del siglo XXI” en
Maristella Svampa con especial atención en el capítulo 4 de su libro Debates
Latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia y populismo (2016). Una
distinción analítica que nos ofrece nuestra autora se vuelve, creemos, fundamental para
ayudarnos a comprender su concepción del populismo. Luego de revisitar las
2
Tomamos aquí la identificación realizada por Acosta Olaya (2023) entre las posturas
“peyorativistas” y “reivindicativas” de los populismos. Nuestro interés pasa por explorar cómo
en esos marcos normativos se presentan ciertos supuestos comunes sobre los que se erigen
posicionamientos tan disímiles.
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perspectivas teóricas que expresarían la polemicidad y ambigüedad del término
3
,
identificó que los gobiernos latinoamericanos de principios de siglo
4
tuvieron muy poca
relación con los anteriores populismos de baja intensidad de los años 90. Aquellos
“neopopulismos” habrían presentado sólo rasgos populistas en cuanto al estilo político y
el tipo del liderazgo, estando desligados de un claro programa económico comandado
por el Estado. En contraste, las últimas experiencias habilitarían, para la pensadora
argentina, una gran afinidad con los populismos “clásicos” de los años 40 y 50 debido a
su carácter de populismos de alta intensidad, sustentada en la reivindicación del Estado
como constructor de la nación, luego del pasaje del neoliberalismo―; del ejercicio de
la política como permanente contradicción entre dos polos antagónicos (el nuevo bloque
popular versus sectores de la oligarquía regional o medios de comunicación
dominantes) y, por último, de la centralidad de la figura del líder o lideresa (2019:
450).
Así, nos planteaba Svampa una descripción del populismo referido a tres
componentes cruciales: la preponderancia del Estado; una visión maniquea de la
política; un líder que encarna la lucha popular contra el poder vigente. Ellos se
articularon, afirmaría, como un fenómeno de índole contradictorio al tratarse de un
Estado que, al mismo tiempo que habilitaba la irrupción y el poder popular, los cerraba
y desactivaba “desde arriba”. De ese modo, interpelaba las demandas de liberación
contra la opresión, pero, al procesarlas, jerarquizó ciertos antagonismos por sobre otros
evitando el total cambio de la distribución del poder social. Por ello sostuvo que la
contracara de la democratización del populismo fue “el ocultamiento u obturación de
otros conflictos, los cuales tienden a ser denegados o minimizados en su relevancia y/o
3
Svampa rechaza, en primer lugar, las lecturas puramente “negativas” y “positivas” del
populismo en lo que respecta a su supuesta “apropiación” de lo popular. En las primeras, por
destacar el carácter heterónomo y antiliberal del populismo estarían perdiendo la diversidad de
formas que puede asumir una democracia; mientras que, en las segundas, por entender al
populismo como la única vía política de democratización desaparecería la especificidad de toda
articulación popular, así como la posibilidad de pensar en momentos de conciliación
comunitaria. Es por ello que Svampa se acerca a una “tercera línea” crítico-comprensiva del
populismo donde se pretende subrayar una naturaleza “bicéfala” en cuanto a sus ambivalentes
tendencias democráticas-no democráticas, rupturista-integracionista, liberacionista-unanimista,
etc.
4
Se refiere centralmente a los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela (1999-2013), Néstor y
Cristina Fernández de Kirchner en la Argentina (2003-2007, y 2007-2015, respectivamente),
Rafael Correa en Ecuador (2007-) y Evo Morales en Bolivia (2006-).
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validez, en fin, en gran medida, expulsados de la agenda política” (Svampa, 2019: 452).
En definitiva, concibe al proceso populista como la desviación por parte del Estado de
múltiples demandas sociales hacia un polo antagónico, unificando lo heterogéneo y
suprimiendo la representación de las minorías ante el único interés del “pueblo”.
Institucionalizar las demandas devendría, así, en una “apropiación” y una consecuente
desactivación de la “genuina” (polimorfa) participación popular.
Estas consideraciones abren un importante punto de su argumento. Pues, si bien
esa matriz atravesaría por igual a los denominados “populismos realmente existentes”
del siglo XXI
5
, Svampa resaltó inevitables especificidades históricas y socio-políticas
que complejizaba el análisis de cada país. Por eso planteó la existencia de dos tipos de
populismos latinoamericanos, a saber, los populismos plebeyos y los populismos de
clases medias. Los primeros corresponderían a las experiencias de Evo Morales en
Bolivia y Hugo Chávez en Venezuela, cuyo modelo de gobierno habrían buscado una
redistribución del poder social hacia los sectores populares. Con respecto a los
segundos, se refirió a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina y Rafael
Correa en Ecuador, supuestos empoderadores de los sectores medios.
Vale aclarar aquí que, si bien los populismos de clases medias presentan rasgos
afines con la narrativa trágica
6
, nuestra reflexión se detendrá específicamente en los
5
Con esta noción Svampa se presentaba claramente como continuista del razonamiento de De
Ípola y Portantiero en Lo nacional-popular y los populismos realmente existentes (1989).
Recordemos que aquellos autores pensaban al populismo como una voluntad colectiva en el que
su tendencia a la ruptura ―el principio nacional-popular― era inherentemente absorbido por su
tendencia a la integración comunitaria ―principio nacional-estatal―. De ese modo, los
antagonismos populares contra la opresión, características de toda voluntad colectiva nacional-
popular, se desviaban perversamente hacia una recomposición del principio nacional-estatal que
organiza desde arriba a la comunidad, enalteciendo la semejanza sobre la diferencia y la
unanimidad sobre el disenso.
6
Hablamos, sobre todo, del modo en que se presenta el proceso populista ecuatoriano. Svampa
concibe los inicios de la Revolución Ciudadana comandada por Rafael Correa como un ensayo
de apertura popular en el que se movilizaron y convergieron “diferentes movimientos sociales,
indígenas, rurales y urbanos, junto con sectores e intelectuales de izquierda y ecologistas, la cual
se definió claramente por un Estado plurinacional y una democracia participativa (Svampa,
2019: 470). La ruptura populista se demarcaría en esa configuración del Estado plurinacional
que modifica los lugares de los sectores antes excluidos. Pero a ese quiebre de las ataduras con
el orden anterior le sigue una nueva subordinación referida a la autoridad presidencial. Lo
trágico de esta secuencia se grafica en la pérdida de autonomía de las organizaciones sociales
frente a la estrategia “descorporativa” un modelo “meritocrático” temeroso de los líderes
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pormenores de los populismos plebeyos. Consideramos que estos expresan de manera
más nítida la secuencia de oclusión de la igualdad política popular en manos de una
autoridad que reinstaura una nueva forma de dominación. Comencemos, así, por
analizar los elementos que operarían en los populismos plebeyos.
Destacaba Svampa que lo “plebeyo” suele generar el rechazo de las “clases
dominantes” y “medias” por estar asociado a lo “marginal”, lo “excluido”, lo “mestizo”,
lo étnico y lo “obrerista”. No escondía Svampa su consideración eminentemente
positiva acerca de estos movimientos y organizaciones sociales subalternas,
destacándoles una narrativa popular y emancipatoria contra toda forma de dominación.
El problema del populismo, en efecto, acaece cuando los puntos de movilización
popular son procesados por el Estado, lo cual pondría en cuestión el rasgo autónomo
que caracterizaría a lo plebeyo. Todos estos componentes, como veremos, estarán
notablemente plasmados para Svampa sobre el populismo boliviano.
Efectivamente, caracterizó la experiencia del Movimiento al Socialismo de
Morales (MAS) como “uno de los más ricos y apasionantes en el escenario
latinoamericano actual” (Svampa, 2019: 460). ¿Qué aspectos llamaban la atención de
nuestra autora? Pues, una singularidad desglosada en “tres elementos”:
[…] en primer lugar, es un proceso de cambio que nació de las entrañas de
los movimientos sociales. Ciertamente, en un contexto marcado por la crisis
de los viejos partidos políticos, las organizaciones y los movimientos
sociales desarrollaron una importante capacidad de movilización y
autorrepresentación político-social. […]
En segundo lugar, este proceso de cambio llevó a la presidencia, por primera
vez en Bolivia, a un sindicalista proveniente del movimiento campesino.
[…] A su pertenencia a los sectores sindicales, Evo Morales sumaba su
origen indígena. En ese sentido, en un país donde los pueblos y las naciones
indígenas constituyen una parte importante, sino mayoritaria, de una
población marginada e históricamente excluida, el ascenso de Evo Morales
implicó una revolución desde el punto de vista político y simbólico. […]
sociales. Marcará la autora, así, una profundización del “hiperpresidendalismo y [del] modelo
meritocrático [que] cobrarían mayor autonomía, en la medida en que se irían reduciendo los
espacios de participación independientes de las organizaciones sociales y, en general, de la
ciudadanía, bajo el esquema de la participación controlada, tutelado desde el Estado(Svampa,
2019: 473). Como vemos, se pasaría de un ciclo de igualación y participación popular a otro
esquema de desigualación cuando el Estado devenga en el “tutor” del proceso.
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En tercer lugar, el proceso de construcción político-estatal implicó superar
numerosos desafíos. […] Sin duda, la confrontación entre, por un lado, el
nuevo bloque en el poder, liderado por el Movimiento al Socialismo, y
acompañado por un conjunto de organizaciones sociales, algunos partidos
de izquierda y referentes independientes, y por otro lado, las oligarquías
regionales de la región de la medialuna (Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando),
marcó el primer mandato de Evo Morales, hasta crear una aparente situación
de “empate catastrófico”, la cual sería finalmente saldada en favor del
gobierno, hacia 2009 (Svampa, 2019: 460-461).
Este fragmento ilustra notoriamente los supuestos teóricos movilizados por
Svampa sobre lo plebeyo. Sin más, la exaltación de la experiencia boliviana se
correspondía a un primer momento de amplia integración y participación política de
sectores históricamente excluidos de la sociedad. Las organizaciones de campesinos e
indígenas habrían disputado y logrado ocupar nuevas posiciones sociales. Asimismo, y
de lo cual radica su gran diferencial, quien lideró ese proceso de emancipación
provendría de la misma extracción popular que el movimiento emergente. Esa
continuidad o desprendimiento natural entre los sectores movilizados y el líder político
fue visto por Svampa como el rasgo sobresaliente y virtuoso de la experiencia del MAS.
Se trató, por ende, de un proceso al fin y al cabo autónomo al momento de suscitar un
“cambio que nació de las entrañas de los movimientos sociales”.
Pero sobre ese plebeyismo se abrió luego el componente populista. La autora
fechó el año 2011 con el conflicto del TIPNIS y la aparición de ciertas problemáticas
económicos y políticas como el inicio de una desviación vía estatal de las demandas
populares. El relego de la voz de las poblaciones originarias en los asuntos de gobierno
demarcaba un viraje de la narrativa “indigenista” hacia la primacía narrativa “estatista”,
sobreviniendo en el abandono de la plurinacionalidad y del avance de las autonomías
indígenas, y […] configurando un modelo de dominación más clásico, tanto en términos
de modelos de desarrollo como de matriz estadocéntrica(Svampa, 2019: 462-463). De
esa manera, nuestra autora enlazaba lo populista al Estado encarnado al líder y, de allí, a
la hegemonía entendida como dominación. Por consiguiente, si hay Estado, hay
inevitablemente un orden hegemónico que coopta el componente plebeyo
(emancipatorio, disruptivo, anitelitista, etc.) en una clave tutelar del desenvolvimiento
de lo social. La figura de Morales, así, ya no expresaba la autonomía sino el nuevo
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patrón de dominación. Asistiríamos con el caso boliviano, entonces, a un
reposicionamiento trágico del lugar del líder, deviniendo de las “entrañas” de lo
subalterno hacia una autoridad verticalista cuya acción fue la desactivación de la
irrupción popular ante las adversidades.
Un panorama similar encontramos en el populismo plebeyo venezolano. Svampa
tuvo más reparos cuando se acercó a la experiencia de Hugo Chávez, otorgándole más
rasgos “controversiales y polémicos”. De igual modo, enmarcó su análisis desde una
comparación con el primer peronismo (1946-1955) en cuanto al profundo proceso de
integración social y empoderamiento de sectores populares tradicionalmente marginales
y excluidos. Prestemos atención a lo expuesto por la autora al respecto:
Tal como sucedió en la Argentina, bajo el primer gobierno peronista (1946-
1955), el chavismo habilitó el ingreso de aquellos sectores sociales
tradicionalmente excluidos, logrando, por una vía tensa y contradictoria, un
proceso real y efectivo de empoderamiento de los sectores populares.
Expresión de ello fueron, en una primera fase, las misiones que apuntaron a
reducir la pobreza, a la universalización en el acceso a la educación (Misión
Robinson), al acceso a la salud (Misión Barrios Adentro), a la disminución
de la tasa de mortalidad infantil, a la construcción de viviendas populares, a
la entrega de tierras, entre otros. […]
Sin embargo, como ha sido señalado por varios autores, el elemento s
radical del populismo chavista es la centralidad que adquirió la democracia
participativa: esta se convirtió en el paradigma por excelencia de la
transformación de la política y, a la vez, en la clave del dispositivo
legitimador. […] Hacia 2009, Chávez anunció la profundización del
proceso, y un año después, en 2010, se sancionó la Ley Orgánica del Poder
Popular y la ley de Comunas, como normativas que apuntaban a la creación
de un Estado comunal. Las áreas de trabajo de los consejos comunales son
la economía popular, el desarrollo social integral, la vivienda, la
infraestructura y el hábitat, la educación y los deportes, la cultura, la
comunicación, la información y formación (medios alternativos
comunitarios y otros), la seguridad y la defensa (unidad de defensa)
(Svampa, 2019: 464).
Como vemos, si bien menos virtuoso que el caso boliviano, el populismo
chavista habría tenido un primer proceso de integración y participación popular de
sectores urbanos, rurales e indígenas. La promoción de la movilización en clave
igualitarista por parte del gobierno se cristalizó, para la autora, en un paradigma de
“democracia participativa” extendido a la concreción de un Estado comunal. Lo
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subalterno, entonces, se reorganizó, se desvinculó de su antiguo lugar de exclusión y se
reposicionó como parte privilegiada del todo comunitario. Empero, no tardaría el
componente populista en desvanecer este empoderamiento plebeyo para reconducirlos
hacia una nueva hegemonía.
Svampa retomaría el argumento de Edgardo Lander respecto a la subordinación
de lo popular desde el Estado que se atisba con la declaración socialista (2005-2006),
pero que, para ella, se profundizó posteriormente con la muerte de Chávez en 2013. Lo
que progresivamente aconteció, al compás de diversos problemas políticos y
económicos, es un proceso de creciente control y dirección “vertical” de la apertura
política por parte las instituciones chavistas. El elemento participativo resultaría
desvirtuado al momento de su institucionalización, vislumbrando por ese camino un
“agravamiento de las tendencias autoritarias del régimen en un marco de profundización
de la polarización sociopolítica” (Svampa, 2019: 465). De esa manera, el chavismo
habría quebrado el tradicional esquema de subordinación (excluyente) para instaurar
uno nuevo con “cada vez mayor cierre represivo frente a las disidencias políticas”
(Svampa, 2019: 465).
Pues bien, si aunamos lo expuesto en el caso boliviano y venezolano, advertimos
notoriamente una lógica trágica que relució, en su primera secuencia, con la integración
de una multiplicidad de sectores subordinados y marginados carentes de plenos
derechos políticos. El protagonista del proceso, al parecer, era el componente plebeyo
que abr sus caminos mediante una irrupción popular de carácter igualitarista. El
fenómeno boliviano encontraba en los campesinos e indígenas como la supuesta parte
que se empoderaba contra la opresión, mientras que en el chavismo le correspondería a
los maginados de las zonas urbanas, rurales e indígenas. Este momento vislumbraba un
sentimiento de emancipación de aquellos que allí alcanzaron a representarse como
miembros legítimos de la comunidad. Sin embargo, fue por su forma de igualación, por
la manera en que resultaban integrados, que se asista su posterior sometimiento. Sólo
en apariencia estos sectores se estaban conduciendo por vía autónoma, cuando en lo
factual la sobredeterminación estatal les impedía su completa autorrepresentación. La
tragedia, así, consistió en su imposibilidad de correrse de una posición de
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subordinación. Si la demanda de autonomía era referida al viejo orden, quien la procesó
(el líder) los somet a uno nuevo. Ello es lo que habría ocurrido con el MAS al
momento en el que el TIPNIS empezó a virar la narrativa indígena a la estatal; y es
también lo que aconteció con el chavismo con la declamación socialista y los sucesos
ulteriores a la muerte del líder.
En definitiva, para Svampa, creemos, nunca podría haber una verdadera
participación popular cuando se denota al Estado como aquel que participa activamente
en el proceso de recuperación y procesamiento de las demandas sociales. Pese a los
momentos de convergencia y articulación, se trataría de un “pueblo” no puro,
constitutivamente heterónomo y, por tanto, sujeto a recaer en una nueva y más fuerte
dominación. Los marginados y excluidos de antaño ahora dependerían, para su
posibilidad de participación, de un Estado que empodera y activa para al mismo tiempo
desactivar su autonomía.
Habiendo visto lógica trágica presente en una mirada peyorativa del populismo,
dedicaremos el siguiente apartado a recuperar una reflexión contraria del mismo
fenómeno desde la pluma de Chantal Mouffe. El interrogante que intentaremos abordar
es: ¿resulta posible encontrarnos con el mismo patrón trágico en una postura
reivindicativa del populismo? Hacia allí nos dirigiremos a continuación.
Ilusiones populistas: Chantal Mouffe y los “populismos de derecha”
Desde sus escritos junto a Ernesto Laclau, la intelectual belga Chantal Mouffe ha
orientado su trayectoria académica hacia una profundización conceptual de la propuesta
de “radicalización de la democracia”, delimitando en ello un ideal de emancipación y
construcción de un “pueblo” antagónico al orden vigente.
7
Progresivamente, encontraría
al populismo de izquierda” como fenómeno político privilegiado que encarnaba ese
pretendido ideal. Así, confeccionó diversos trabajos para delimitar los elementos
propios de ese populismo y vislumbrar las condiciones propicias para su emergencia en
7
Esta noción aparece en el capítulo 4 de Hegemonía y estrategia socialista (Laclau y Mouffe,
[1985] 2010) como derivado político “de izquierda” de su previa construcción teórica
postmarxista. A grandes rasgos, los autores propugnaron allí una profundización de los
principios ético-políticos del régimen democrático-liberal, como son la libertad y la igualdad, a
través de una pluralidad de puntos de ruptura contra la institucionalidad vigente.
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las sociedades actuales (Mouffe, 2018; Errejón y Mouffe, 2015). Ahora bien, resulta
curioso que, siendo una de las mayores exponentes de los actuales estudios
vindicatorios del populismo, Mouffe también se detuvo minuciosamente en resaltar una
variante riesgosa de esa experiencia que se extendería, sobre todo, en las democracias
europeas. Nos referimos a los “populismos de derecha”, objeto de análisis de este
apartado y en el cual, como intentaremos demostrar, se reluce una clara narrativa
trágica.
Indaguemos, para tal fin, en su obra En torno a lo político, escrito por Mouffe en
el año 2007 para entablar distintas discusiones acerca de la naturaleza de lo político. La
gran polémica del texto se suscitaba contra el pensamiento “pospolítico” propio de la
corriente racional-liberal, preponderante en occidente, el cual intentaba negar lo político
de todo tipo de antagonismo social desde una clave individualista y consensualista. Se
estaría desechando, así, cualquier atisbo de lazo colectivo entre un “nosotros” y un
“ellos” bajo el supuesto de que el desarrollo y el progreso son alcanzados mediante un
esquema deliberativo y centrista, teniendo la oportunidad de procesar las divergencias
mediante la labor de las instituciones existentes.
Para Mouffe, en cambio, lo político es ontológicamente conflictivo, tornándose
todo orden en una decisión que siempre acarrea la exclusión de una otredad. Por ello,
nuestra autora recuperó las críticas al liberalismo de Schmitt, dando cuenta de lo
político como una inherente lucha entre identidades colectivas.
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No obstante, Mouffe se
apartó oportunamente de las derivas antipluralistas del constitucionalista alemán,
destacando que “la especificidad de la política democrática no es la superación de la
oposición nosotros/ellos, sino el modo diferente en el que ella se establece. Lo que
requiere la democracia es trazar la distinción nosotros/ellos de modo que sea compatible
con el reconocimiento del pluralismo, que es constitutivo de la democracia moderna”
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Recordemos que Schmitt argumentó que el liberalismo negaba la esencia conflictiva de lo
político, en tanto demarcación entre amigo/enemigo, desde el momento en que pensaba en
competidores económicos o adversarios ideológicos. Para Schmitt, la política no se trataba de
individuos que buscan maximizar sus recursos, sino que era un asunto de identidades grupales
que se organizan en una comunidad al plantearse la enemistad con un otro exterior. Por tanto, la
idea del individuo abstracto y la racionalidad burocrática eran demarcadas por el jurista alemán
como los culpables de la despolitización de los estados occidentales.
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(2021[2007]: 21). Llegaba Mouffe, de esta manera, a proponer un enfoque alternativo a
la gestión de la otredad denominado adversarial o agonista”. El “ellos” no sería un
competidor ni un enemigo a ser eliminado, sino que era un adversario legítimo los
cuales “aunque en conflicto, se perciben a mismos como pertenecientes a la misma
asociación política, compartiendo un espacio simbólico común dentro del cual tiene
lugar el conflicto” (Mouffe, 2021[2007]: 27). Así, lo político seguía conllevando su
dimensión conflictiva, aunque “domesticada” por ciertos procedimientos democráticos
aceptables entre los proyectos hegemónicos.
La negación de la dimensión conflictiva de la política se transformó, entonces,
en aquello que para Mouffe habilitaba la proliferación de los “populismos de derecha”
europeos.
9
Esto es, como las diferencias entre los partidos políticos tendrían a diluirse
por su tendencia al centrismo y a la hegemonía del discurso neoliberal y globlalista, se
abrió un camino alternativo para que los “demagogos de derecha” interpelen las
demandas ciudadanas. Prestemos atención a la manera en que se iba edificando en
Mouffe una narrativa trágica de esas experiencias populistas:
[…] como consecuencia del desdibujamiento de las fronteras entre la
izquierda y la derecha y la ausencia de un debate agonista entre partidos
democráticos, es decir, de una confrontación entre proyectos políticos
distintos, los votantes no tenían la posibilidad de identificarse con una gama
diferenciada de identidades políticas democráticos. Esto creó un vacío que
era probable que fuera llenado por otras formas de identificación que
podrían volverse problemáticas para el funcionamiento del sistema
democrático. [A] pesar de la anunciada desaparición de las identidades
colectivas y la victoria del individualismo, la dimensión colectiva no podía
ser eliminada de la política. Si no eran ofrecidas por los partidos
tradicionales, las identidades colectivas probablemente serían
proporcionadas en otras formas. Es claramente lo que está ocurriendo con el
discurso de derecha, que reemplaza la debilitada oposición
izquierda/derecha por un nuevo tipo de nosotros/ellos construido en torno a
una oposición entre “el pueblo” y “el establishment” (Mouffe, 2021 [2007]:
76).
Hay varios puntos interesantes en este fragmento. En primer lugar, la noción de
identificación que propuso la autora da cuenta de que su propio diagnóstico permanecía
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Los ejemplos que pondría la autora hacia el año 2007 pertenecen al Partido de la Libertad de
Austria, el Vlaams Blok de Bélgica y el Frente Nacional de Francia.
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encorsetado en el mismo discurso liberal que denunciaba. Es decir, lo político resulta
expresado allí como un vínculo racional entre partes votantes y partidos, que
cuentan con intereses predeterminados y que intentan satisfacerlos en los términos de
oferta y demanda. Aquí el problema es de la oferta, tratándose de una carencia entre
alternativas presentadas a la sociedad o, en este caso, “identidades colectivas”. Allí se
destaca la interpretación de un “vacío” de la política moderna, suponiendo, claro está,
que habría posiciones prestablecidas que los partidos debieran ocupar. Como hay una
indistinción de propuestas, se asiste a una ciudadanía disconforme y predispuesta a su
articulación con alineaciones políticas que se presenten como alternativas.
Entonces, producto de la imposibilidad de procesamiento de las demandas por
parte del sistema político es que devino un momento propicio para la irrupción de los
“populismos de derecha”. Ellos comprenderían el carácter conflictivo y agregativo de la
política, configurando una forma colectiva de identificación y participación pública en
términos de un “pueblo” que se opone a un “establishment”, suscritos allí los partidos
tradicionales. Esta articulación nos remite a la primera instancia del arco narrativo
trágico relativo a la movilización de la ciudadanía por parte de líderes que proclaman
“devolver a la gente el poder de decisión” (Mouffe, [2007] 2021: 77). Continuemos
examinando el argumento de la escritora belga:
Es tiempo de tomar conciencia de que el éxito de los partidos populistas de
derecha se debe en gran medida al hecho de que articulan, aunque de modo
muy problemático, demandas democráticas reales que no son tomadas en
cuenta por los partidos tradicionales. También brindan a la gente cierta
forma de esperanza, según la creencia de que las cosas podrían ser
diferentes (Mouffe, [2007] 2021: 78).
Lo propio de los “populismos de derecha” consistiría, por ende, en habilitar la
participación popular y brindar a “la gente cierta forma de esperanza” cuando se
interrumpe la hegemonía del discurso liberal y globalista. Las identidades colectivas
ahora reconocerían sus demandas interpeladas identificándose como un “nosotros” que
resurge del “consenso asfixiante” de los partidos políticos. De allí que los populistas
puedan colmar aquél “vacío” de representación y reconducir a la ciudadanía a un nuevo
ordenamiento. Pero, entonces, ¿cuál es el tinte de ese nuevo “pueblo” constituido?
Exponía Mouffe:
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Por supuesto que se trata de una esperanza ilusoria, fundada en falsas
premisas y en mecanismos de exclusión inaceptables, donde la xenofobia
generalmente juega un rol central. Pero cuando son los únicos canales para
la expresión de las pasiones políticas, su pretensión de representar una
alternativa resulta muy seductora. Debido a esto sostengo que el triunfo de
los partidos populistas de derecha es consecuencia de la falta de un debate
democrático vibrante en nuestras posdemocracias (Mouffe, [2007] 2021:
78).
Se denota aquí el quiebre del proceso de igualación hacia una nueva e ignominia
forma de dominación. Si el “demagogo de derecha” constituía un “pueblopara liberar
a la ciudadanía del corset liberal, ello sólo tuvo lugar como apariencia. La activación
popular resultaba, así, en una “esperanza ilusoria” que no profundizaría ningún
componente emancipatorio ni igualador. El populismo entendería correctamente de qué
se trata la política, y por eso logró interpelar demandas, pero lo hizo con “falsas
premisas” y con “mecanismos de exclusión inaceptables”. En lugar de reconocer la
legitimidad de sus oponentes, operó sobre las “pasiones políticas” desde el componente
de la “xenofobia”; por ende, recrudeció el camino antagonista transitado por Schmitt
antes que tomar la vía agonista propicia para un régimen democrático.
Ahora bien, este afincamiento sobre lo “ilusorio” vislumbra, para nosotros, que
lejos de superarse, la figura de Gino Germani (1956) y su noción de Erzats de
participación continuó sobredeterminando con gran intensidad una profunda reflexión
teórica como la de Mouffe. De manera sumamente llamativa, ambos argumentos
manifestaban un mismo diagnóstico acerca de los problemas de la integración política:
la carencia de las instituciones vigentes para procesar las demandas sociales. Para el
sociólogo italiano, ello era causado por una asincronía en el proceso de modernización
social, mientras que, como describimos, para la intelectual belga, se debía al centrismo
y a la pérdida de distinción de los partidos tradicionales. Asimismo, si bien el emergente
de esa obturación adquir distinto nombre en los planteos, realizaron ellos el mismo
tipo de operación disuasiva y gravosa sobre la genuina “esperanza de participación”. El
peronismo fue anteriormente, para Germani, quien neutralizó la acción de las masas
populares haciéndoles creer que eran el sujeto activo de la política. En la actualidad,
según Mouffe, serían los “populismos de derecha” quienes, a costas de “falsas
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premisas”, estarían forjando identidades colectivas sobre la base de la “xenofobia” y la
“exclusión”.
La narrativa trágica advertida en Mouffe se constituyó, consecuentemente, por
una pseudosolución al problema de la participación popular. No sería ese “pueblo”
(“xenófobo”) el que se debiera haber configurado, así como tampoco era el peronismo
el proyecto político que debía cohesionar y dotar de identidad a los “nuevos obreros”
argentinos. La apuesta socialista de antaño para consolidar la democracia se transmutó
en el presente con un pedido de agonismo
10
sin los cuales, en teoría, las democracias no
podrían desprenderse de sus propios riesgos.
CONCLUSIONES
En este trabajo nos propusimos demostrar la pervivencia de un arco narrativo
trágico en ciertas interpretaciones sobre los populismos contemporáneos. Vimos que los
procesos políticos suscitados por los “populismos plebeyos” de Svampa y los
“populismos de derecha” de Mouffe se afirmaron en un primer momento de supuesta
apertura a la participación popular donde las ataduras con la forma de dominación
previa parecieran por fin desaparecer. Para la socióloga argentina, la experiencia
moralista y la chavista suscitaba un reordenamiento de los lugares sociales, convirtiendo
a las comunidades históricamente excluidas en partes legítimas e integradas, con voz y
decisión, de la nueva totalidad. Esa restitución del oprimido hacia un escenario de
igualdad tendría en el líder al principal instrumentador. Él, el nombre de ese “ismo”,
emergía junto a las movilizaciones populares para otorgarles, ahora desde el Estado, su
poder de participación activa que le era hasta el momento negado. En el caso de
Mouffe, el “demagogo de derecha” terminaba siendo el “canal de expresión” de
demandas de la ciudadanía desatendidas por las instituciones liberales. De forma
eminentemente política, ese líder constituía discursivamente un “pueblo” que otorgaba
las “esperanzas” de democratización e integración.
10
Vale destacar que luego de esta obra, Mouffe abandonaría la propuesta de que el agonismo
sea llevado a cabo por los partidos socialdemócratas, sino que esa articulación democrática e
igualitaria de las demandas debían ser conducidas por un “populismo de izquierda”. Sería desde
allí que Mouffe fuera considerada un exponente de los estudios “vindicativos” de los
populismos, proclamando que estas alineaciones deberían encargarse de construir un “pueblo”
por fuera de la impronta xenófoba y excluyente de los “populismos de derecha”.
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Pero lo trágico no tardaría en aparecer por los elementos intrínsecos de esos
procesos. Al tratarse de liderazgos que ocupaban un lugar en el Estado, Svampa notaba
una progresiva difuminación de lo plebeyo y una cooptación de la activación popular
desde un discurso estatalista. Por otro lado, como el populismo era “de derecha”,
Mouffe advertía la manifestación del antagonismo en malos términos, es decir,
acarreado por un componente “xenófobo” que impedía la convivencia democrática y la
posibilidad de la pluralidad. De esa manera, la igualdad que proclamaban estas
experiencias sería dejada atrás al erigirse una nueva verticalidad que reinstauraba un
escenario de desigualdad más fuerte que el anterior.
Ahora bien, nos impele en este punto preguntarnos ¿por qué este arco narrativo
trágico se replica de manera tan directa en sociedades y contextos tan disímiles? Para
nosotros, ello obedece a la presencia de ciertos supuestos teóricos que se movilizan de
manera acrítica en la interpretación de los fenómenos políticos. Estas lecturas, creemos,
nunca ponen en cuestión aquellos elementos que vertebran los análisis, otorgándoles un
carácter axiomático sobre el cual se erige un valor negativo (trágico) a una delimitada
experiencia.
Nos interesa destacar aquí quizás el supuesto más extendido en estas reflexiones
académicas de los procesos políticos relativo a la política como segunda instancia de lo
social, actuando aquella, por ende, sobre una objetividad previa. Es decir, habría en lo
social un interés “popular” o una “demanda” ya constituidos, delimitados y que
prexisten a la representación política. En el análisis de Svampa, la autonomía y
existencia de un sujeto popular permanecían descontadas en todo el argumento,
confiriéndole a lo plebeyo un carácter de pureza y virtuosidad, en donde la política
debería ser capaz de habilitar su acción para llegar a la emancipación colectiva. Con
respecto a Mouffe, si bien las identidades colectivas no tendrían una esencia prefijada,
aparecen las “demandas” de la ciudadanía como aquello dado, presentado como el
problema que enfrenta un sistema político incapaz de procesarlas exitosamente.
Al sostenerse en este supuesto, no podrían este tipo de alineaciones populistas
escaparse de un arco narrativo trágico. Sea por vía estatalista o sea por el contenido
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ideológico, se tratarían ellas de liderazgos que contaminan una pureza igualitaria de
aquello que emerge de lo social y lo desvían hacia un proyecto de dominación
desigualador y verticalista. Siguiendo este planteo, el populismo se transformaría en la
experiencia privilegiada para vislumbrar el modo en que lo político, en clave
eminentemente autoritaria, podría torcer o traicionar la valedera voluntad popular
contenida, siempre, “desde abajo”.
En este sentido, conducirnos por una dimensión relacional y creativa del lazo de
representación política, desligados de contenidos y componentes predeterminados,
permitirían, quizás, alejarse de las constantes réplicas trágicas para auscultar lo
específico que portan las configuraciones populistas.
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