sobre todo, un concepto politizado: cada vez más personas se encuentran interpeladas y
movilizadas a favor o en contra de lo que entienden por populismo, y el disenso en
torno a su definición se sostiene a pesar del ímpetu positivista de las ciencias sociales
por fijar definiciones mínimas.
Temporalización y partidización producen un aumento significativo de la
presencia de conceptos contrarios asimétricos que realizan un “reclamo exclusivo de la
generalidad” (Koselleck, 1993, p. 210), esto es, pretenden ser clave de intelección del
conjunto de la comunidad de hombres y mujeres. Así, la frontera que delimitan puede
dejar por fuera de la misma al concepto subordinado, que abarca “lo otro” de la
comunidad: quien no es republicano, es populista; quien no es peronista, es antipopular.
Hay otras oposiciones contrario-asimétricas en las que, sin embargo, el reclamo
exclusivo de la generalidad está en disputa: es el caso de la oposición entre populismo y
democracia. Para aquellos autores que sostienen definiciones peyorativas o críticas del
populismo, este concepto es efectivamente el contrario asimétrico de la democracia, el
borde, el espejo, el exceso, el síntoma que porta en sí el germen de la destrucción de los
fundamentos mínimos de las democracias liberales (Morán, 2023). Desde esta
perspectiva, populismo es el concepto contrario asimétrico de la democracia, y populista
un adjetivo descalificativo que se arroja al enemigo (Morán, 2022). En cambio, para
quienes reivindican el concepto de populismo este no se ubica en una relación de
oposición respecto del de democracia, sino de complementariedad (Tarragoni, 2022): el
populismo vendría a dar respuesta a la encerrona en la que se encuentran las
democracias contemporáneas, de la cual el diagnóstico sostenido de una crisis de la
representación política sería el principal síntoma. Desde este punto de vista, la relación
entre democracia y populismo sería, en todo caso, la de una antinomia convergente
(Rinesi y Muraca, 2010).
El concepto de populismo expresa una de las paradojas inherentes a las
humanidades en general: su presencia concomitante en el lenguaje habitual y en el
especializado hace inevitable el uso político del mismo, reproduciendo y perpetuando su
carga de polemicidad. Tal coexistencia del concepto como arma política —sea
empleado de manera peyorativa o vindicatoria— y como herramienta heurística, parece