servicios sociales se dirige hacia prestaciones previsionales. En los últimos años, ha
habido una significativa inclusión de personas adultas mayores en este sistema, gracias
a la implementación de moratorias, lo que ha contribuido a hacer que el gasto social sea
más progresivo, abarcando a aquellos que anteriormente no podían acceder debido al
alto grado de informalidad laboral (con especial incidencia en las mujeres). A esto se
suman otras políticas de promoción y asistencia social, como los programas de empleo
(Potenciar Trabajo) o las prestaciones alimentarias que se fueron implementando a tono
con el aumento de los niveles de pobreza.
Del Valle et al. (2021) sostienen que la política de gasto en Argentina contribuye
significativamente a la reducción de la desigualdad y la pobreza, principalmente debido
a su tamaño y no tanto a su progresividad general. Argumentan que, en 2017, el 54% de
las transferencias directas y el 76% de los subsidios estaban dirigidos a los sectores de
recursos medios y altos, lo que resulta en grandes costos en términos de estabilidad
macroeconómica, eficiencia y crecimiento. Esto, a su vez, alimenta una mayor pobreza,
lo que hace que este esfuerzo distributivo sea contraproducente. Además, señalan que
los programas que más contribuyen a reducir la inequidad y la pobreza son las
moratorias, las pensiones no contributivas y la Asignación Universal por Hijo.
Como se puede ver en el Gráfico 3, además, una novena parte del gasto se
destina a pagar deuda pública. Se trata de un monto elevado y sostenido, que limita la
capacidad redistributiva del gasto. Los acreedores privados son centralmente entidades
financieras que movilizan ahorros de la población local y de otros países. Dado que no
toda la población local tiene capacidad de ahorro, es posible plantear que los pagos de
deuda suelen ser de corte regresivo, al ofrecer rendimientos a quienes ya tienen más
ingresos o riqueza, o directamente remitir recursos fiscales hacia el exterior. A esto debe
añadirse un comentario sobre el origen de la deuda pública, que no está asociado en las
últimas décadas a procesos inversores o de desarrollo, sino al financiamiento de la fuga
de capitales (Basualdo, 2017), así como a compensar las deficiencias de recaudación
que ya comentamos. Es decir, es un subsidio indirecto —macroeconómico— a quienes
operan en el mercado financiero. En suma, la deuda es un componente redistributivo
regresivo en la estructura del gasto público.